No es caridad, son negocios

No es caridad, son negocios
A mediados de los 70, un joven profesor de economía de la Universidad de Tennessee, Estados Unidos, tuvo una idea visionaria para resolver la pobreza en Bangladesh, su país de origen. Pensó que si daba pequeños préstamos a las familias de escasos recursos, esas personas podrían salir de la pobreza por sus propios medios. El momento para testear esa idea llegó después de la guerra de independencia, cuando una fuerte hambruna azotó a la población y los bangladeshis que vivían alrededor del mundo abandonaron sus puestos de trabajo para ir en ayuda de su país. Entre ellos estaba precisamente el profesor Muhammad Yunus.
Ya en Bangladesh, Yunus creó un sistema de préstamo por apenas 27 dólares para aproximadamente 40 familias, quienes usaron esos recursos como inversión inicial para fabricar diferentes productos. Bajo la premisa de que para eliminar la pobreza es mejor un préstamo que la caridad, Yunus creó el “Grameen Bank”, popularmente conocido como el banco de los pobres, con la convicción que un gran número de negocios financiados con pequeños créditos permitirían estimular la economía y terminar con la pobreza. Confiando en la capacidad de los bangladeshis para construir autosuficiencia, el banco promovió la independencia financiera de los pobres. Yunus se enfocó no sólo en la pobreza material, sino que también en la dignidad de las personas, descartando la caridad y potenciando las transacciones respetables y dignas para las personas beneficiadas. Su idea no sólo hizo a Yunus merecedor del Premio Nobel de la Paz, sino que con ella creó una nueva forma de hacer negocios, la de los negocios sociales.
El mercado del banco eran las personas “más pobres entre los pobres” y, específicamente en el caso de Bangladesh, las mujeres. Al no contar con historial crediticio, empleos estables o garantías en caso de no pago, no cumplían con los requisitos mínimos para acceder a un crédito tradicional. El profesor Yunus derribó el mito, demostrando que las mujeres pobres pagan sus créditos y que ese sistema efectivamente genera un cambio social. ¿La razón? Ellas comparten sus ingresos con sus hijos, destinándolos a su salud, educación y alimentación, mejorando las condiciones de vida de la familia completa.
El banco se posicionó como una institución con fines de lucro donde la mayoría de sus accionistas eran precisamente las mujeres de los pueblos en los que el mismo banco operaba. Así nació el microcrédito, una idea que era concebida como un experimento loco hace 40 años y que hoy es una industria global, siendo replicada por más de siete mil instituciones en el mundo, incluyendo Chile con Banigualdad.
En tiempos en que las palabras utilidad o lucro están tan vapuleadas, hace bien recordar que hay sectores productivos que, a través del lucro, tienen como misión terminar con la pobreza y mejorar la calidad de vida de las personas. El cuarto sector, o empresas sociales, lo hacen diariamente de una forma sustentable y absolutamente rentable.
Antes el filántropo hacía la pérdida económica de casi la totalidad de su donación, dependiendo de los incentivos tributarios que tuviese. Pero eso cambió con la inversión de impacto. Con ella, el inversionista busca un impacto social o ambiental positivo, sin dejar de percibir una rentabilidad financiera, que puede ser bajo o igual al retorno de mercado. En India, el 70% de la inversión de impacto va a inclusión financiera y microcréditos, donde el retorno es positivo y fácil de estimar.
En Chile, los proyectos financiados por el Fondo de Inversión Social de Ameris Capital, entre ellos Late!, han devuelto sus préstamos mucho antes del plazo convenido. En la inversión de impacto el inversionista se mueve en una zona gris entre la filantropía tradicional donde no hay retorno financiero y la inversión económica más pura, que busca el retorno a tasas de mercado. Los recursos de la filantropía se han empezado a concentrar en esa zona intermedia, donde existen pequeñas pérdidas o ganancias moderadas. Ahí se encuentra un gran número de empresas sociales que tienen como misión mejorar la calidad de vida de las personas combatiendo la pobreza, el crimen y/o mejorando la educación, el medioambiente, entre otras causas. De esa forma, las empresas sociales adquieren capital y los financistas reciben si no toda, un alto porcentaje de su inversión de vuelta, con lo que pueden reinvertir en proyectos similares.
Apostemos por las empresas sociales. Confiemos en los Yunus chilenos y derribemos los mitos de que no existen mercados para estas empresas o que son difíciles de sustentar. Su misión las moviliza con mucho más poder que una ambición netamente económica. Su motor es el cambio de realidades y paradigmas. Ahí está su real valor.
Gracia Dalgalarrando
Profesora Innovación Social UDD